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La tesis pricipal de este libro gira en torno al siguiente
concepto: Todo indica que estamos viviendo une época de la historia del mundo
en la cual un grupo humano especifico, dotado de une ideologia mesiánica y de
una arraigada consciencia de superioridad respecto del resto de los mortales,
parece decidio a la conquista del mundo, y no solo de los Estados Unidos de
América. Ese grupo humano no sólo se lanza al abordaje de bancos europeos
–suizos y alemanes, por el momento– sobre todo, desde su bunker de Nueva York,
la capital judía del Hemisferio Occidental, la mafia financiera judia devalua
monedas y hunde y saquea naciones en todo el mundo, desde Indonesia hasta
Rusia, pasando por Hispanoamérica. Sus “economistas académicos” diseñaron el
“proyecto global”: la gran mentira que destruye pueblos y continentes enteros.
Estos atracadores planetarios están atrincherados detras de un Mito, el del
“Holocausto”. Él es su única “fuerza moral”.
CITAS
En homenaje a Nizar Qabbani,
y a sus “hombres del fin del tiempo”
Busco a los hombres del fin del tiempo
y no veo en la noche salvo gatos miedosos
cuyas almas sólo temen
el poder de las ratas…
Nos hemos acostumbrado a nuestra ofensa
¿Qué queda del hombre
cuando se acostumbra a la insignificancia?
En Al-Arabi, el 2-5-97
“La misma historia de siempre: atacar y huir tratando de
engañar al mundo”
Israel: Sacred Terrorism, en Arabs News, 8 de marzo de 1980.
No debemos demonizar al Islam ni al mundo árabe Se trata al
Islam de una
forma muy diferente que al cristianismo o al judaísmo. Años
y años de
prejuicios hacen que, por ejemplo, hablar de terrorismo
judío nos deje
indiferentes y que, sin embargo, sea habitual comparar a los
musulmanes con
el mal. Hay mucha pereza intelectual y mucha ignorancia en
todo eso. Hemos
aceptado como axioma las ideas de Samuel Huntington y el
“choque entre las
civilizaciones Huntington busca enemigos como sea porque se
arrastra la
necesidad ideológica de magnificar la superioridad de
Occidente sobre el
mundo”
Edward Said, al Corriere della Sera, de Milán, el 10 de
agosto de 1998
“Sólo treinta minutos después de que estallara la bomba, ya
circulaban
rumores de que habían sido los islamistas El FBI se está
introduciendo en
nuestros barrios (musulmanes), llama a la gente (musulmana)
a sus trabajos y
los cita para interrogarlosEso nos está haciendo mucho daño,
está creando
mala sangre y falsas especulaciones Sé que hay cierto
resentimiento contra
nosotros, los musulmanes, pero estoy seguro que los
habitantes de Kenia
tienen la suficiente madurez para superar esa afección, que
es un virus
inducido desde el exterior”.
Marian Hens, La comunidad musulmana de Kenia en el punto de
mira, en El
Mundo, Madrid, 13 de agosto de 1998.
“Israel está llevando a toda la región hacia la violencia,
la anarquía, la
guerra y la destrucción”
Declaraciones de Yasir Arafat en Sudáfrica, el 12 de agosto
de 1998.
“El rublo se debe devaluar de un 15 a un 25% por debajo de
su nivel actual”
George Soros, en el Financial Times, el 13 de agosto de 1998
INTRODUCCIÓN
Desde hace cuatro años vengo analizando los llamados
“Atentados de Buenos
Aires”. Esos atentados fueron dos explosiones en las que
murieron más de
cien personas y quedaron heridas varios cientos más. La
primera explosión se
produjo en el interior de la embajada de Israel, en 1992, y
la segunda en la
Asociación Mutual Israelita en la Argentina (AMIA), en pleno
centro de
Buenos Aires, en 1994. Hasta el momento, la justicia
argentina, apoyada por
los servicios israelíes (Mossad) y norteamericanos (FBI) no
ha encontrado
una sola prueba que pueda señalar a un sólo culpable. Lo
curioso es que, al
igual que en Nairobi cuatro años después, a la media hora de
producirse la
explosión en la AMIA de Buenos Aires, comenzaron a circular
los primeros
rumores acusando a los “islamistas” de ser los “verdaderos
terroristas”.
El resultado de mis investigaciones anteriores lo he
objetivado en cuatro
libros (más de mil cien (1.100) páginas, en total) ya
editados en España y
en numerosos artículos ya aparecidos en el semanario
Amanecer, de Madrid.
Los cuatro libros anteriores son: Terrorismo fundamentalista
judío (1996),
El nacional judaísmo (1997), España y los judíos (1998), y
La falsificación
de la realidad (1998).
Por todo ese trabajo de investigación ya realizado, y en un
sentido muy
concreto, para mí, los atentados ocurridos en África
oriental son como una
película ya vista. Es un mismo esquema operativo en el cual
sólo cambian los
objetivos y los escenarios. Pero no los actores principales.
Los manuales aconsejan distinguir, en toda acción de
terrorismo encubierto,
por lo menos tres niveles: planificación, ejecución y
selección de “víctimas
propiciatorias” (las víctimas propiamente dichas del
atentado, muertos y
heridos nativos, es un “costo” político al que normalmente
se lo subestima
igualándolo a cero). En toda buena operación de terrorismo
encubierto, la
víctima propiciatoria (el “culpable” diseñado por los
planificadores) es
escogido de antemano: forma parte de la planificación misma.
Una operación
de terrorismo encubierto técnicamente perfecta es aquella en
la que se logra
identificar “culpable” con “enemigo” (en este caso se ha logrado
plenamente:
el “terrorismo islámico” es el enemigo de Israel y no de
Occidente). Esta es
una cuestión que no debe perderse de vista en ningún
momento, debe ser
recordada en cada paso, a medida en que nos internemos en el
laberinto.
Lo que más llama la atención de los sucesos de Kenia y
Tanzania es la
celeridad con que se identifica a los autores de los
atentados (“víctima”,
en el proceso de planificación): “Sólo treinta minutos
después de que
estallara la bomba ya circulaban rumores – en Nairobi – de
que habían sido
los islamistas”; luego al “ingeniero” ¿palestino? (que es
detenido el mismo
día en Paquistán); de inmediato la identificación de la
“organización autora
de los atentados” (que lleva el insólito nombre de: Frente
Islámico Mundial
por la Guerra Santa contra Judíos y Cruzados) y, con la
celeridad del rayo,
los primeros bombardeos americanos sobre Afganistán y Sudán.
Naturalmente,
la organización “autora de los atentados” es mencionada el
mismo día de las
explosiones, como responsable de las mismas. Pareciera que
el FBI no tiene
investigadores, sino videntes. Debe ser también una absoluta
casualidad que
los bombardeos americanos se hayan producido en el exacto
momento en que la
institución presidencial en los Estados Unidos de América
estaba ya
prácticamente vaciada de legitimidad (“caso” Lewinsky).
El caso es que los ataques de “represalias” norteamericanas
no estuvo
fundamentado en ninguna prueba concluyente contra la
“culpabilidad” de las
“organizaciones islámicas” supuestamente agredidas por los
misiles de la
flota de la primera potencia mundial. Un día después del
ataque
norteamericano, el Director del FBI abandonó Kenia con las
manos vacías:
“Muchas, muchas personas, en diversos lugares del mundo,
pudieron haber
estado implicadas en estos atentados” (Fuente: CNN). The
Washington Post (22
de agosto, 1998) fue aún más lejos en esa dirección: “El
presidente Clinton
y altos funcionarios del gobierno hablaron de ‘evidencias
convincentes’ para
justificar el ataque con misiles… pero no proporcionaron
nueva información
para dar sustancia a sus aseveraciones… De hecho, antes de
los ataques con
misiles del jueves, los funcionarios norteamericanos jamás
consiguieron una
acusación contra Bin Laden y sólo lo habían ligado,
circunstancialmente, a
un intento de bombardear tropas norteamericanas en Yemen, en
1992, a ataques
contra tropas norteamericanas en Somalía en 1993, y a la
voladura de un
camión que mató cinco soldados norteamericanos en Araba
Saudita, en 1995…
Clinton fue mucho más lejos ligando a Bin Laden con otros
sangrientos
ataques en los cuales su directa participación nunca fue
públicamente
establecida… Más allá de esto, altos funcionarios de Defensa
se negaron a
describir ninguna evidencia específica por la que hubieran
decidido los
ataques misilísticos…”.
Independientemente de que el propio “culpable”, Bin Laden,
negó su
participación en los hechos de África, cualquier lector
normal puede
preguntarse, con toda lógica: ¿El lanzamiento de los misiles
norteamericanos
no habrá sido un exigencia israelí, luego de haber montado
el atentado
encubierto?
Nuestra hipótesis de trabajo
Los atentados terroristas de Kenia y Tanzania son parte de
un proceso, mucho
más largo y complejo, tendente a la conquista del poder
desde dentro de los
Estados Unidos de América. Para realizar ese complot se
produce la alianza
de dos grupos: los fundamentalistas evangélicos
norteamericanos (Ver Anexos
1 y 2) y los fundamentalistas judíos israelíes.
Las operaciones del lobby judío instalado dentro de los EUA
siguen el curso
ya utilizado exitosamente con Londres en los comienzos de la
“segunda guerra
mundial”: los sionistas, en ese momento hegemónicos dentro
del judaísmo, se
adaptan a, y se identifican con la “política de equilibrio”
británica sobre
el continente europeo, que exigía la eliminación del
potencial militar
alemán. Y desde esa adaptación casi simbiótica organizan el
cerco y la
destrucción de Alemania. Esa destrucción fue considerada por
los sionistas
como el paso necesario e imprescindible para la posterior
fundación del
Estado de Israel.
La conquista evangélico-judía del poder dentro de los EUA se
produce hoy en
día desde la simbiosis no del “equilibrio” británico, sino
desde la
“seguridad” e infalibilidad (ver parte tercera de este
libro: El Estado
Homogéneo Universal) que anhela el Imperio norteamericano y,
por arrastre,
el proyecto occidental de construcción del Estado Homogéneo
Universal. Se
trata de una alianza elaborada desde la ecuación “paz versus
seguridad” del
señor Netanyahu.
La destrucción final de Alemania (es decir, el origen de la
llamada “segunda
guerra mundial”) fue una gran operación judía (en ese
momento, sionista) que
se realizó desde tres frentes simultáneamente: desde Gran
Bretaña, desde los
EUA y desde la URSS. Judíos “burgueses” y judíos
“revolucionarios” unen sus
esfuerzos en lo que sería la culminación de la “inclusión”
judía en
Occidente que comienza en los mismos albores de la
Modernidad. En 1939 la
víctima fue una Polonia católica, antisemita y conservadora,
quien fue
impulsada por Londres, París y Washington para operar contra
Alemania. Se
decía que el ejército polaco resistiría nueve meses (con el
apoyo británico
y francés que nunca se produjo) los embates de la Wehrmacht,
y que en ese
lapso los generales alemanes darían un golpe de Estado
contra Hitler.
Hoy el Estado de Israel, gobernado por “fundamentalistas”,
está en
condiciones de cooptar el poder global de Washington porque,
desde un
comienzo, existió una afinidad “ideológica” esencial entre
el evangelismo
norteamericano “fundador” y las primeras corrientes de
inmigrantes judíos
que llegan a la América del Norte. Tal simbiosis teológica y
estratégica no
se manifestó nunca ni con tanta plenitud ni contundencia en
Europa, ni
siquiera durante la primera fase de expansión del
capitalismo, primero, ni,
después, a partir de la Revolución Francesa (el gran acceso
de los judíos
europeos a la Modernidad). Para el poder judío, hoy, no es
suficiente
disponer de una altísima cuota de ministros (“secretarios”),
asesores
especiales, senadores y representantes dentro del sistema de
poder
norteamericano. Una cuota de poder racial (en definición de
Huntington)
escandalosamente alta si la relacionamos con el total de
ciudadanos
judío-norteamericanos. La futura guerra intercivilizaciones
exige mucho más
que eso. Ya no es suficiente el enorme poder del lobby.
Ahora es necesario
cooptar el poder, ser parte del poder de la primera potencia
mundial. Esta
operación es exigida por la lógica de los acontecimientos
que se avecinan:
La guerra de 1999.
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